lunes, 2 de agosto de 2010

Hecha la ley...

Un comentario agudo acerca de la percepción de todos los peruanos frente a la reciente creación del ministerio de cultura.

Hecha la ley del Ministerio de Cultura se espera que se reglamente cuanto antes y se convoque a la persona idónea para el cargo de ministro, de quien se espera sea el orquestador del grupo de expertos que planteen la política cultural de Estado —que deberá recibir todo el apoyo de este para su implementación, si se quiere que realmente funcione—.

Ya se le pasó al presidente la oportunidad de anunciarlo en el “gaseoso” discurso del 28 de julio que solo le dedicó unos cuantos minutos a temas dispersos del ámbito cultural, más ligado a infraestructuras que a políticas. Esperamos que no se le escurra el poco tiempo que le queda; a no ser que quiera dejarle este presente (de tiempo) al próximo gobernante.

El problema con la consolidación de un sistema eficaz de funcionamiento de las articulaciones culturales de una nación, para un gobernante, es que él se vuelve prescindible y se le cortan las alas para gestos personalistas de viejo cuño. Una Casa de la Literatura estaría enmarcada en un orden de prioridades en función de un todo y no sería un asunto de palacio. El traslado de una persona que debiera estar considerada como patrimonio cultural vivo de la nación como Armando Robles Godoy, al hospital del seguro social, no debiera ser un gesto palaciego de beneficencia sino un derecho de autor —lo que no quiere decir que mientras no exista tal sistema dichos gestos sean cuestionables, por el contrario son del todo encomiables—.

Para que la cultura —“la esencia misma de una nación” como la define Francisco Miró Quesada Cantuarias— no dependa de la sensibilidad del gobernante de turno, ya se dio el gran paso de promulgar la ley. Pero hecha la ley —dice la suspicacia criolla— hecha la trampa. Una de las peores que se le podría hacer al ministerio, y es la más temida, es que se convierta en un agencia de empleo para la clientela electoral del partido encumbrado. Esa manera de minar al Estado con bombas ya no de tiempo sino perpetuas es una de las raíces más perversas de la porosidad del Estado Peruano, de su falta de institucionalidad y autonomía. A fuerza de infiltrarlo se ha vuelto una esponja amorfa empapada por funcionarios que —en la mayoría de los casos y con escasas excepciones— ni son de carrera ni están por mérito propio.

Un nuevo ministerio como el de Cultura podría ser un modelo ejemplar que marque un nuevo rumbo. La esperanza es lo último que pierde el hombre.
FUENTE: Eduardo Lores

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